Esta batalla conocida en muchos libros de historia como La Matanza de Acentejo, se desarrolló cuando reinaba en la isla de Tenerife uno de los más grandes estrategas de la historia, el Mencey Bencomo de Taoro. Bencomo intentó realizar una alianza con los otros menceyatos para unirse y formar una fuerza superior y hacer así, más ofensivos sus ataques. Pero por desgracia, los Menceyes de Abona (Adjoña), Adeje (Pelinor), Daute (Romén), e Icod (Pelicar) rechazaron la oferta de unión, viendo lejano el peligro en sus fronteras y diciendo que cuando los españoles llegaran a sus distritos, sabrían actuar acorde con sus fuerzas para defender su patria, libertad e independencia. Así, que quedaron en alianza solo tres menceyatos, Anaga (Beneharo), Tegueste (Tegueste), Tacoronte (Acaymo) y el príncipe Zebensui, ya que sus territorios eran los que mayor peligro tenían por la proximidad de las tropas españolas. El único que no acudió a la cita para formar alianza fue el Mencey de Güimar (Añaterve), por rencillas y rivalidades que mantenía con Bencomo y para hacerle venganza, prefirió unirse a la causa española, bautizándose él y sus súbditos y ayudando con hierbas medicinales y víveres a los españoles. Esto concedió más confianza a los españoles, creyendo entonces, que la conquista sería mucho más fácil. Y esta confianza aceleró lo que Alonso de Lugo creyó una magnífica ocasión, siéndole además la estación favorable, en cuestión de climatología. Así que salieron del campamento en la mañana del martes 26 de mayo de 1494, pensando atacar el mismo corazón de Taoro. Lugo pensaba que consiguiendo esta victoria haría que los demás menceyatos abdicaran.
Llegaron al maravilloso valle de Agüere y avanzaron rápidamente sin detenerse entre los sinuosos senderos que limitaban con Tegueste y Tacoronte. No encontró por el camino resistencia alguna, ya que Bencomo sabiendo de la marcha de las tropas de Lugo, advirtió a los otros Menceyes que los dejaran pasar y no les ofrecieran resistencia en el camino de los Rodeos, para así, atraerlo hasta la entrada del valle de Taoro, donde les daría batalla. En tierras de Tacoronte, Lugo llegó a pensar en una confrontación abierta y sobre todo por el silencio que asolaba el trayecto. Pero los canarios no aparecieron, permanecieron inmóviles, ya que no quisieron salirse del plan trazado por Bencomo, que era cortarles la retirada y ponérselo lo más difícil posible a los españoles, si como esperaban perdían la batalla. A Bencomo le llegan las noticias de que los movimientos que el esperaba iban desarrollándose tal y como había planeado. Y como en una partida de ajedrez, el juego del más inteligente, iba desarrollándose positivamente.
Bencomo, en estos momentos confía a su hermano, el valeroso capitán Tinguaro unos trescientos hombres escogidos para que se apostaran en lo alto de los desfiladeros y barrancos del tortuoso y áspero Acentejo, aquí debía de aparecer el enemigo antes de penetrar en el valle de La Orotava, donde los esperaba el grueso de las tropas de Bencomo que lucharían de frente, consiguiendo que por la espalda del enemigo entraran después sus aliados y derrotaran con este certero plan a los españoles.
Lugo siguió entrando hasta que vio que las condiciones no eran propicias para desplegar la caballería, arma efectiva contra los canarios y celebró una breve reunión o consejo con sus capitanes. Opinaron sobre dos cuestiones, seguir la marcha o regresar al campamento, decidiendo esto último.
Por el camino, encontraron ganado que los guanches habían dejado para el desorden de sus tropas. Los soldados imprudentemente empezaron a diseminarse recuperando el ganado y en medio de ese desorden, se empezaron a oír los silbos y aullidos que tanto temían los españoles, los estridentes alaridos que el eco repitió por el valle, comenzando a caer una lluvia de rocas, troncos de árboles, dardos, agudos banotes de tea, que hicieron que su primer impulso fuera huir. Pero los españoles estaban en el fondo del áspero precipicio, no podían usar los caballos y no podían formar como escuadrón ordenado para defenderse. Además veían como los guanches, muy resueltos volaban y aparecían burlando los riscos más ásperos. Todo era inútil y aunque Lugo invocaba al arcángel San Miguel o al apóstol Santiago para unificar sus fuerzas y sacarlos de allí, los guanches no dejaban títere con cabeza, manteniendo su afán de exterminio. El capitán Diego Núñez, al oír las invocaciones de Lugo dijo con demasiada presunción: “Aunque Dios sea omnipotente, me basto yo solo para salir airoso de esta vil canallada”. Los cronistas cuentan que el invasor blasfemo murió en la batalla con la lengua partida entre los dientes.
Para completar la desdicha de los invasores españoles, llegó Bencomo con sus tres mil hombres de refresco ordenando la aniquilación total.
Es conocida una famosa anécdota de Bencomo con su hermano Tinguaro, al acercarse al lugar del combate le reprocha a Tinguaro, al encontrarlo sentado viendo el espectáculo sin participar en la lucha, contestándole éste: “El oficio de capitán hice, que mis soldados hagan el suyo”.
Lugo se cambia la capa roja que le abriga y se la cambia al soldado Pedro Mayor que portaba una azul, dándose cuenta de que era un blanco fácil, ya que todos los guanches al verlo intentaban hacer diana, librándose de esta manera de una muerte segura.
El general Alonso de Lugo corre lleno de ira y espada en la mano tras Bencomo que lo hiere en el pecho, pero su Capitán Sigoñe, arroja con maestría una piedra, que aunque solo le alcanzó parte de una mejilla, le hizo saltar unos cuantos dientes. El dolor que le produjo fue tan grande que se desmayó y ya estaba rodeado de muchos guanches bajo su caballo muerto, con la única protección de su sobrino Pedro Benítez, apodado el Tuerto, cuando una repentina borrasca de agua, viento, truenos y granito hacen que los supersticiosos isleños abandonen momentáneamente la lucha.
Aunque según Núñez de la Peña, refiere que después de que Bencomo hubiese luchado con Lugo y viéndole acosado por los suyos, dio voces para que no lo mataran. Espinosa y López Hernández de la Guerra no hablan de este suceso.
Treinta guanches de Güimar ayudan a Lugo, sacándolo del atolladero a caballo. Evitaron huir por Los Rodeos, donde los isleños de Tacoronte hubiesen caído sobre ellos. Otros treinta españoles huyeron por el cauce inferior de un barranco y se refugiaron en una cueva de la montaña, rechazando los ataques de los isleños. Al día siguiente Bencomo, les dio su palabra de que si abandonaban las armas, les dejaría que volviesen a su campamento. Entregándose con total tranquilidad, sabiendo que los canarios eran hombres de palabra. Y efectivamente Bencomo, la cumplió, escoltándolos cien guanches de Taoro, al mando del capitán Sigoñe.
Se cuenta que al atravesar el campo de batalla se agregó a la partida, el español Juan Benítez, que se había hecho el muerto en el campo de batalla y aunque Sigoñe se dio cuenta de la estratagema, permitió con el consentimiento de Bencomo que se uniera al grupo, ya que a éste le pareció simpático el ardid del soldado.
La lucha duró tres horas, desde las dos hasta las cinco de la tarde, y todavía sigue en nuestra memoria el recuerdo de esta sangrienta batalla, en la que seiscientos españoles y trescientos isleños auxiliares de las líneas invasoras fueron abatidos por los isleños que luchaban por su independencia. Se salvaron solamente doscientos soldados y algunos de los principales caudillos, eso sí, muchos con heridas de consideración. Hoy en día, ese famoso sitio se le sigue llamando La Matanza, población que recuerda este famoso hecho. Es curioso ver, que cuando los españoles ganan “es la batalla”, pero cuando pierden de batalla se pasa al nombre de “Matanza”. Así, son los que escriben la historia, los invasores bárbaros, que solo querían vencer para seguir con su negocio de venta de esclavos. Pero este día pasó a los anales de la historia, con letra bien grande. Donde los guanches se alzaron con la victoria y donde Lugo debía de haber muerto, no siendo así, a causa de la triste desunión que tanto daño nos ha hecho. Celebremos con orgullo en días venideros, esta maravillosa victoria que nuestros antepasados hermanos brindaron a su pueblo, que es el nuestro, por nuestra merecida libertad e independencia.
martes, 12 de febrero de 2008
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