miércoles, 17 de junio de 2009

Algunos apuntes sobre el Antifascismo

El auge de los grupos de extrema derecha o de sus ideologías siempre ha sido un complejo juego entre el contexto social del que se nutren y la capacidad de dichos grupos de aprovecharse del mismo.

Es innegable que los movimientos fascistas, tanto los clásicos como los actuales, surgieron en unas condiciones sociales concretas que determinan, junto con toda una carga ideológica particular, las formas de expresión política en las que se expresan2. Cualquier lucha contra la extrema derecha debe plantearse, por tanto, teniendo en cuenta estos dos frentes: contra las condiciones sociales que le sirven de caldo de cultivo pero también contra las organizaciones fascistas que se aprovechan de ellas. Para nosotros si puede llamarse antifascismo a algo sería, estrictamente, a este segundo frente ya que incluir el primero sería tremendamente pretencioso y además falso. Pretencioso, porque trataría de atribuir al antifascismo tareas que van mucho más allá del mismo. Falso, porque las condiciones sociales que pueden llegar a causar el auge del fascismo o de la extrema derecha son producto del capitalismo y su democracia.

En lo que sigue de texto continuamos el camino que empezamos en la ponencia «Fascismo, Antifascismo y Lucha de clases»3 recogiendo y ampliando algunos puntos ahí tratados así como planteando nuevas cuestiones surgidas de la práctica y del debate teórico con compañeros. Nos centraremos sobre todo en el enfrentamiento directo con los grupos de extrema derecha, no porque sea más importante, que no lo es, que la lucha contra las condiciones capitalistas, sino porque la lucha contra el capitalismo se construye día tras día en los conflictos concretos cotidianos, y tiene tan poco que ver con el fascismo como con el antifascismo.

Antifascismo ¿necesidad real o desvío de la lucha?

Entre determinados sectores anticapitalistas (desde anarquistas a la llamada izquierda comunista) siempre se ha visto al antifascismo desde una postura muy crítica. Nosotros compartimos en gran medida muchas de esas críticas: las dirigidas al antifascismo «democrático», al frentepopulismo, a la mitificación de la lucha antifascista por encima de cualquier otra (laboral, de género, antirrepresiva, etc.), a la «tribu-urbanización», de la misma, etc.

Sin embargo, junto a todas estas críticas justificadas, existe mucha ideología consistente en repetir los cuatro esquemas aprendidos, en este caso «antiantifas», en vez de analizar la realidad del antifascismo, con sus aciertos y sus fracasos. A este respecto nos gustaría hacer ciertos comentarios:

El antifascismo como lucha parcial:

Es evidente que el antifascismo es una lucha parcial, como las luchas laborales, las antirrepresivas, las de género, las antimilitaristas, las antiimperialistas, la okupación o las explosiones de rabia suburbiales, etc. Todas ellas parten y tocan aspectos concretos y parciales del capitalismo.

La gran amenaza es que la recuperación de las luchas por parte del sistema suele asentarse sobre esta misma parcialidad. Ningún conflicto, sin excepción, está exento del peligro de verse integrado, de una u otra forma, en el capitalismo si alcanza la repercusión suficiente. Recalcar esto en unos conflictos y no en otros es mirar a través de las gafas de la ideología que más convenga. Los implicados en la lucha contra las cárceles siempre ven el peligro que las luchas laborales acaben en el sindicalismo, sin ver que el asistencialismo y el humanismo burgués están esperando a la vuelta del talego.

A los amantes de las revueltas del banlieu o de los blousons noirs5 les cuesta reconocer que cuando se apagan las brasas de los coches, todo puede quedar en un simple recuerdo o en formas de integración tan diversas como SOS Racismo, el islamismo militante, las bandas o las mafias...
No hay luchas mejores y peores o más o menos integrables, sino formas de luchar más o menos integrables o exterminables. Dejando de lado el enfrentamiento directo y frontal contra el capitalismo, algo hoy en día poco extendido, creemos que el contexto que da sentido, totaliza y relaciona las luchas parciales es el de la lucha de clases y la necesidad de superar este sistema mediante el comunismo, entendido este como una forma de relacionarse de igual a igual que podemos empezar a poner en práctica desde ahora mismo.

Por vivir en un sistema capitalista, todos los conflictos concretos que nos encontramos se verán atravesados de una forma u otra por la lucha de clases (que no se limita por supuesto a las luchas laborales), pero también por la dominación patriarcal, el racismo, etc. Igualmente, la lucha de clases se ve atravesada por las demás luchas «parciales»: no tiene ningún sentido construir un movimiento comunista que reprodujese los roles de género, el militarismo, la superioridad racial, las jerarquías, etc.

En este sentido el antifascismo no tiene nada de especial. Cuando se parcializa y se separa de la lucha de clases y del anticapitalismo suele acabar en la defensa de la democracia capitalista, o de la izquierda socialdemócrata frente a la derecha «reaccionaria», etc. Por supuesto, así es precisamente como nosotros entendemos que NO se debe practicar el antifascismo.
Muchas veces las luchas parciales tratan de superar sus limitaciones intentando totalizarse. Se empieza luchando contra un aspecto concreto de la realidad pero se acaba convirtiendo dicho aspecto en el lo único real o bien en aquello que organiza la realidad. Por ejemplo, algunas feministas se verán tentadas de explicar la realidad fundamentalmente en términos de dominación patriarcal, o los antirracistas en términos de dominación racial. Es evidente que la dominación patriarcal y el racismo ya existían antes del capitalismo, pero el desarrollo de éste las transformó.

La sociedad actual no puede explicarse exclusivamente en términos de la opresión del hombre sobre la mujer o de blancos sobre negros, como tampoco puede explicarse sin tenerlas en cuenta, claro. Las formas concretas que adoptan el patriarcado y el racismo bajo el capitalismo son producto de éste y así deberían analizarse y confrontarse. En el caso concreto del antifascismo, cuando se intenta ir más allá del enfrentamiento directo con el fascismo, tratando de convertir el antifascismo en anticapitalismo, sin tener en cuenta que el antifascismo solo es un aspecto de esta lucha más amplia, se buscan tendencias «ocultas» hacia el fascismo en el seno del capitalismo o, lo que es aún más cutre teóricamente, de acabar igualando capitalismo y fascismo.

Realidad y necesidad del Antifascismo

Algunos piensan que los grupos de extrema derecha no suponen una amenaza «real» para la población por lo que no tienen necesidad de movilizarse por ello, que si realmente existiese una amenaza fascista «real» se produciría una respuesta igualmente «real». Antes de entrar en el grado de «realidad» y de necesidad del antifascismo queremos comentar que este argumento es, como poco, falaz.

El aislamiento real y el bombardeo ideológico permanente ya se encargan de que no sea así, salvo cuando la amenaza es tan directa que uno sólo puede enfrentarse o esconderse. Y ahí está el problema, la pérdida absoluta de cualquier noción de comunidad real hace que la mayoría de la población sólo tome por reales aquellas amenazas que son directas e inminentes.
¿En qué sentido puede tomarse como una amenaza real los movimientos de extrema derecha hoy en día? Obviamente, si les comparamos con los escuadristas italianos o con las camisas pardas alemanas la cosa da poco menos que risa. Sin embargo, no da menos risa mirar al otro lado de la barricada y comparar el «movimiento» (alguien lo llamó «meneillo») actual con el movimiento obrero italiano o alemán de los años 20-30, por reformistas que éstos fuesen.

Un crecimiento aún mínimo de la extrema derecha puede causarnos serios problemas. Los recientes ataques a centros sociales y locales en Madrid, Guadalajara o Valencia son un ejemplo. Se nos llena la boca con la historia y olvidamos que a principios de los noventa el movimiento anticapitalista en Madrid se vio enfrentado a una amenaza nazi bastante real que obligó a defender los puestos políticos de Tirso, los centros sociales, y a pelearse por las calles y los barrios. Aquella batalla se ganó y gracias a ello zonas de Madrid por las que ir con cierta estética era peligroso son ahora, como poco, más seguras. Que el antifascismo pasase después de ser una necesidad concreta a ser uno de los ejes políticos centrales de dicho movimiento, es un tema a analizar aparte, pero sólo demuestra que cualquier lucha que alcance cierta importancia corre el riesgo de parcializarse y de tratar de convertirse en central o única.

Si ahora que las condiciones sociales son aún más propicias que a principio de los noventa para el crecimiento de las posturas de extrema derecha nos dejamos comer el terreno, lo único que vamos a conseguir es que en un futuro cercano tendremos que dedicar aún más esfuerzos de los que dedicamos ahora a combatirlas. Dicho de otro modo, un antifascismo preventivo eficaz puede ahorrarnos males mayores en el futuro.

No hemos comentado antes el tema de la estética por casualidad. Siendo sinceros, el «meneillo» se ha refugiado en los últimos años en una separación estética importante, sea la variante que sea: punk, skin, okupi, ‘borroka’, hardcoreta, etc. Para alguien que viste de determinada manera, un encontronazo con unos nazis puede acabar en tragedia (esperemos que para ellos, claro) y por tanto, a nivel individual, las agresiones nazis se sienten como algo real y cercano. Puede que hoy en día sea menor que lo que lo era en los noventa, o puede ser que algunos hayan/hayamos dejado de llevar las pintas que llevábamos en los noventa, pero sigue existiendo.

Pero esto no es todo, aún más jodido sería la extensión de las posturas de extrema derecha entre la población, sea por el surgimiento de un partido de extrema derecha tipo «Frente Nacional» o «Liga Norte» o por que el PP o el PSOE endurezcan aún más su política al estilo Thatcher o Sarkozy. En ese caso, no sólo nos enfrentaríamos a un más que probable ascenso de las agresiones y los enfrentamientos con fascistas, patriotas, etc. Sino que además cualquiera que fuese nuestra lucha tendríamos que enfrentarnos a posicionamientos ideológicos aún más xenófobos, racistas, tradicionalistas, homófobos, machistas, etc. ¿Os imagináis tener que señalar en un conflicto no sólo quienes son los verdaderos responsables sino, como ya está ocurriendo, tener que insistir en que los trabajadores inmigrantes no lo son? Simplemente aterrador. Esta es la otra gran amenaza que constituye la extrema derecha para aquellos que queremos destruir el capitalismo, la imposición o agudizamiento de falsas divisiones de clase en términos raciales o nacionales. Como decíamos antes, la lucha contra estas posturas pasa fundamentalmente por asumir el apoyo mutuo y la solidaridad y el enfrentamiento de clase como las bases sobre las que enfrentarse a la realidad; pero también por enfrentarse a los grupos que las defienden y se aprovechan de ellas.

Estas amenazas son reales, tanto para los revolucionarios como para el resto del proletariado. Que éste no se movilice dice poco de la realidad de una amenaza, viendo la respuesta que han tenido propuestas como la de las 65 horas, las tentaciones privatizadoras de la sanidad o las llamadas a la flexibilización del mercado de trabajo. Otra cosa es si hoy en día son las amenazas centrales, las más importantes. Este debate es muy diferente y no entraremos aquí.

Ahora bien, si consideramos que hoy en día el antifascismo ocupa el papel central del anticapitalismo porque, de alguna forma vivimos en una especie de «fascismo institucional», «franquismo democrático» o inmersos en el «franquismo sociológico», no es que se esté fuera de la realidad, es que se está cerca del delirio.

Para algunos el motivo principal es que la democracia actual no supuso una verdadera «ruptura» con el régimen anterior. Es evidente que el paso de la dictadura franquista burguesa a la democracia burguesa no supuso ninguna purga significativa de los cuadros gestores del sistema político, como tampoco lo supuso el paso de la monarquía a la II República, el paso de la República de Weimar al nazismo, o del nazismo a la Alemania de postguerra. Tampoco supuso cambios importantes para la clase burguesa en general, aunque puede que sí para algunos capitalistas particulares. Ambas cosas sólo demuestran que el capital acaba adaptándose a la forma política del Estado Capitalista que sea más conveniente en cada momento, y que los burócratas (sean jueces, militares, policías o profesores de universidad) suelen tratar de mantenerse en su puesto a pesar del régimen que sea7, pero no convierten el actual sistema democrático en uno fascista. El que piense esto o bien no ha entendido lo que es el fascismo o bien no ha entendido lo que es el capitalismo.

Para otro, tendemos al fascismo porque vivimos en una democracia cada vez más dura, más represora y más totalitaria. Asociar con el fascismo la cara ‘oscura’ de la democracia es propio de demócratas que piensan que ésta es paz, ciudadanía y florecillas o de alguien que desconoce la historia. La matanza de Casas Viejas o la represión al movimiento obrero anarquista en Barcelona por la ahora tan querida II República, el exterminio de la Baader Meinhoff a manos de la socialdemocracia alemana, la Estrategia de la Tensión de los 70 en Italia, Guantánamo, la Guerra sucia contra el IRA, ETA o las OAS son una buena muestra de lo que puede hacer cualquier democracia cuando se ve amenazada.

Sea como sea, en estos casos hablar de antifascismo huele más a estrategia publicitaria que a verdadera comprensión de lo que es el fascismo.

De los objetivos y medios del Antifascismo

Los objetivos parciales del antifascismo pasan por tratar de frenar un posible auge de la extrema derecha en el Estado Español. Estratégica y políticamente esto debe partir desde una perspectiva de clase, que refuerce nuestra autonomía mediante la horizontalidad, la acción directa, resolviendo nuestros problemas colectivos por nosotros mismos sin necesidad de recurrir a las instituciones burguesas, extendiendo la solidaridad y el apoyo mutuo entre iguales, etc. De esta forma podemos reintegrar los objetivos concretos de una lucha parcial en nuestro verdadero objetivo: la eliminación del capitalismo y nuestra emancipación como clase.

Tácticamente debemos distinguir entre los diferentes grupúsculos que componen la extrema derecha española hoy en día.

El «espectro» de la ultraderecha española en la actualidad.

A diferencia de lo que ocurre en otros lugares de Europa, en España no existe ninguna organización «fascista» que tenga apoyo social de consideración. Desde finales de los 70 carecen de representación parlamentaria, y en las pasadas elecciones el número total de votos sumados todos los grupos no llega a ser representativo. Ciertamente, alguna de estas formaciones ha obtenido concejales, pero se trata más bien de méritos «personales» en localidades pequeñas o medianas. Aún así, consideramos importante analizar cuáles son las principales corrientes de la extrema derecha por dos razones:

- Pese a su escasa capacidad de movilización, algunos de estos grupos están creando problemas graves de violencia, llegando hace poco más de un año al asesinato de un compañero en Madrid.

- Es probable que de continuar el ciclo económico y demográfico actual, antes o después surja un partido de extrema derecha capaz de alcanzar cuotas de poder relevantes.

Vamos a hacer una clasificación tanto en base a características ideológicas como a las consecuencias y el modo de enfrentar a cada sector.

Nacional-Socialistas (NS) y Nacional-Revolucionarios (NR).

La mayor parte de los grupos nacional-socialistas (NS) o nacional-revolucionarios (NR) existentes en España carecen de formación política, y basan sus actividades en la calle. Existen también unos pocos elementos NS o NR «serios», pero son absolutamente minoritarios y no pensamos que sea necesario prestar atención a su discurso. No es pensable que vaya a calar una teoría «racialista» en un territorio como el nuestro donde somos mayoritariamente mezcla de diversos grupos étnicos (celtas, íberos, judíos, árabes…) y el «socialismo nacional» es más nostalgia y fantasía que una propuesta actual.


Respecto a esta corriente, más bien podríamos hablar de una «tribu urbana»8 que cuenta con algunos referentes ideológicos y simbólicos. Su proyección política es nula y captan militantes jóvenes y adolescentes con un discurso agresivo centrado en «el grupo» que busca enemigos. Para encontrar con quién enfrentarse se basarán en la xenofobia, el racismo, las prácticas de «limpieza social», la homofobia y el odio a la «extrema izquierda». Se exalta el «patriotismo» y unos supuestos valores morales en los que no se profundiza más allá de los simbólico9.
A pesar de su intrascendencia a nivel político, a día de hoy constituyen el sector más molesto. Al ser una «tribu urbana» que nos toma como «enemigos» a nosotr@s y a grupos sociales a los que podemos pertenecer, se convierten en un problema. En aquellos lugares donde tienen presencia dificultan la libre expresión de ideas revolucionarias y agreden a quienes identifican como «izquierdistas». Además, pese a que la mayoría de los componentes de estos grupos abandona rápidamente la «militancia», cuando proliferan es habitual que las formaciones de extrema derecha capten en su medio nuevos militantes.


Los más politizados entre los NS y NR forman «colectivos» o asociaciones que han llegado a coordinarse, especialmente en Madrid y Valencia. La coordinación no suele durar más de unos años, y tenemos ejemplos como Bases Autónomas, Juventud Nacional Revolucionaria o recientemente Combat España (actualmente autodisuelta legalmente, probablemente con el objetivo de actuar en la calle) y Nación y Revolución. También han constituido partidos políticos como Alianza Nacional o el Movimiento Social Republicano (éste último con una proyección quizás algo más «seria» aunque tampoco se coma nada). El último intento ha sido la creación de un partido denominado «Movimiento Patriota Socialista», al que no auguramos más éxito que a los demás. Cuando se generan estos «movimientos» un poco más politizados, aparece también una crítica a los otros sectores ultraderechistas, a los que se considera cobardes, trasnochados o anti-obreros. Insistimos en cualquier caso que su relevancia no es a nivel político sino a consecuencia de sus actividades como «tribu urbana.»

Soluciones.

Puesto que se trata básicamente de un fenómeno «tribu urbana», la respuesta al problema es sencilla si se aborda a tiempo: acoso individualizado (información a familiares y vecinos sobre sus actividades, denuncias, otras formas de «acoso», etc.). Si pertenecer al grupo deja de ser rentable, el individuo buscará otra «identidad» más cómoda. Dado que estos grupos se basan en la violencia, no es posible hacer como si no existiesen o dejarles hacer, ya que esto sólo retrasará el enfrentamiento hasta que se encuentren lo suficientemente fuertes.

En aquellas zonas o barrios donde se ha mantenido y mantiene un acoso
estrecho a estos sujetos, no existen o están desarticulados. A nivel colectivo y público hay que tener en cuenta que estos grupos tratan de conseguir afiliados y simpatizantes mediante una defensa abierta y explícita de su racismo, de su xenofobia, su homofobia, etc. Cuanto más nazis y más fuertes aparezcan, mejor. En el fondo su público objetivo suele ser juvenil, boneheads, etc. Por esto NyR convocaba en un principio actos en lugares significativos (en el caso de Madrid en la plaza Tirso de Molina, en la plaza 2 de Mayo, etc). Mediante estos gestos provocativos buscan dos cosas: la primera, obviamente, resonancia mediática y la segunda fortalecer su imagen de ‘tíos duros’.

Muchos plantean que las contrarrespuestas antifascistas no hacen sino facilitar su primer objetivo, amplificando su aparición mediática, y es verdad. Jamás NyR iba a conseguir salir en tantas fotos como después de los disturbios de Tirso de Molina. Sin embargo, esta valoración es incompleta ya que no tiene en cuenta la segunda parte: el cómo aparecen. Es cierto que NyR salieron en todas las televisiones después de los disturbios, pero ¿cómo aparecieron? Como una pandilla de nazis acorralados que si no llega a ser por la policía hubiesen pasado serios problemas. Su imagen de tipos duros, su chulería se esfumo entre los botes de humo. Esto es algo que los propios nazis reconocieron en sus foros.

La respuesta concreta frente a estos grupos fascistas es desmontar en todo momento su imagen de duros, de supernazis, que tanto atrae a los chavales a los que lavan el coco. Hay que hacerles aparecer débiles, como los capullos que son, humillarles, dejarles en ridículo, por todas las maneras posibles. Por la propaganda y por los hechos. Por tanto la cuestión no es si los actos de estos nazis requieren una respuesta o no, sino cual es la respuesta más adecuada para cada ocasión.

«Social-patriotas»

Hablamos de los partidos más conocidos, como son España 2000 o Democracia Nacional. La intención de quienes conforman este sector es crear un «gran partido» de extrema derecha a semejanza del Frente Nacional en Francia. El discurso tiene como «ideas fuerza» por un lado la lucha contra la corrupción, el separatismo y la inseguridad ciudadana, y por otro el desarrollo de servicios sociales como viviendas de protección oficial, sanidad, etc. Todo ello condimentado con la exaltación del sentimiento patrio y de unos «valores morales» sobre los que no hay consenso (catolicismo para unos, «integridad» para otros e indefinición para el resto).

Con la llegada de la ola migratoria, la lucha contra ésta se ha convertido en uno de sus principales caballos de batalla. Se argumenta que los inmigrantes traen una pérdida en la identidad nacional (costumbres, valores, etc), delincuencia y también un descenso en la calidad de vida de los trabajadores (aceptando peores salarios y copando las prestaciones sociales). El discurso público, al contrario que en el caso de los grupos NS o NR, no es racista en su origen y de hecho algunos de estos grupos fomentan la llegada de una inmigración «estrictamente controlada» que beneficie los intereses económicos de los empresarios. En cambio entre las bases sí hay un componente xenófobo.

Tal como señalábamos anteriormente, cuando proliferan los grupos NS o NR, los partidos «social-patriotas» los utilizan como caldo de cultivo para atraer activistas. A menudo esta «captación de jóvenes» lleva a que se produzca un «híbrido» que termina en enfrentamientos internos cuando los «nuevos militantes» conservan sus costumbres y actitudes de «tribu urbana» (borracheras, peleas, agresiones, etc).

Aunque en otros lugares y momentos históricos los partidos de este tipo han supuesto también un problema callejero, actualmente no es el caso y no forma parte de su estrategia pública agredir físicamente a revolucionarios o a otras personas a quienes rechazan. Ocurre cuando están en la fase de «híbrido» (como por ejemplo Democracia Nacional Joven, DNJ) y también como iniciativa personal de algunos de sus miembros o simpatizantes, pero no va más allá aunque puede que caigan en dinámicas violentas como represalia frente a la actuación de los antifascistas.

Estos grupos se enfrentan a tres obstáculos que los diferencian de otras facciones similares en Europa y hacen improbable su ascenso a corto plazo:

- Entre las capas sociales más adineradas, la extrema derecha es contemplada unánimemente como parte del «pasado». Un pasado por el que tal vez muchos sientan respeto o aprecio, pero que ya cumplió su ciclo. Se percibe claramente que las posiciones ultraderechistas no son rentables económica o políticamente. En este sentido dada la situación actual, la gran burguesía nacional apuesta en general más por PP (o PSOE) que por opciones extremas, difícilmente controlables e incluso contrarias a sus intereses.

La nueva extrema derecha del estilo Le Pen, Fini, Bossi, etc. tienen más tirón entre la pequeña burguesía, las clases medias y también los propios trabajadores, que son los que se sienten más amenazados por las ideas-fuerza sobre las que giran los social-patriotas. En este sentido hay que tener en cuenta:

- La «inseguridad ciudadana» es un mito en España, país con índices mínimos de delincuencia y con una de las legislaciones más duras del continente que hace que tenga el mayor porcentaje de presos sociales de Europa. Pese a que los medios de comunicación tratan de dar bombo a cada suceso «espectacular», la población en general no se siente insegura por lo que no tiene la tentación de acudir a posturas autoritarias.

- Nos encontramos ante la primera ola migratoria, y no se han conformado aún guetos de inmigrantes ni se ha creado una contraposición entre la población local y extranjera. Es posible que esto cambie a medio plazo, pero en la actualidad la integración es mucho más profunda en España que en países como Francia, Holanda o Alemania.

- Ninguno de los partidos cuenta con personajes «respetables» en su presidencia. España 2000 es dirigida por Jose Luis Roberto, portavoz de la asociación nacional de prostíbulos (ANELA); Manuel Canduela de Democracia Nacional tiene numerosos antecedentes penales por su pasado nazi en Valencia; Ynestrillas, que a finales de los 90 logró aglutinar a buena parte de este sector en torno a la colación Alianza por la Unidad Nacional, resultó encarcelado por enfrentarse a balazos con un personaje que no quería entregarle un gramo de cocaína… Con este panorama resulta impensable que alguno de estos individuos obtenga representación parlamentaria.

- Pese a que las «ideas fuerza» y discursos son casi idénticos, los enfrentamientos son constantes. La aspiración de sus líderes en convertirse en los «verdaderos caudillos» lleva a lo que ellos mismos denominan una «carrera de caracoles» en la que se echan en cara sus diferentes miserias (que no son pocas).

Además, el PP aún agrupa a sectores lo suficientemente «duros» como para que buena parte de los que se sentirían atraídos por posiciones más extremas sigan apoyándole. Este efecto se ha visto favorecido por la tensión mediática y parlamentaria mantenida entre PP y PSOE en los últimos años, lo que ha concentrado a los sectores menos «centristas» de uno y otro bando en torno a ambos partidos a causa del voto útil.

Aún así, es posible que en unos años aparezca una fuerza política de este tipo con un talante más «razonable» que, si se dan las condiciones (crisis, formación de «guetos» de inmigrantes) sea capaz de aspirar a posiciones de poder. Desde nuestro punto de vista, es poco probable que esta fuerza surja de los partidos ya existentes, excesivamente vinculados a un turbio pasado (franquista, mafioso, terrorista o las tres cosas a la vez) y seguramente ocurra de un modo similar al que se vivió en Holanda en 2003, cuando un personaje desconocido fue capaz de aglutinar el descontento de buena parte de la población.

Tampoco podemos descartar que la actual lucha interna del PP acabe decantándose por sus sectores más duros (cuya cabeza visible dentro del partido es Aguirre, y fuera, todos los tertulianos de la COPE). Esto es lo que acabo pasando en Inglaterra y Francia cuando Thatcher y Sarkozy acabaron asumiendo partes de las posturas defendidas por el National Front y Le Pen. En un fenómeno relativamente nuevo quizás el PP decida jugar esta baza aún sin la «amenaza» de algún partido representativo por su derecha.

Las relaciones entre los grupos social-patriotas y los grupos NS o NR son bastante complicadas, y de hecho hay una tendencia a desligarse completamente de estos grupos dado el rechazo social que generan. España 2000 está ya prácticamente desvinculada por completo, y Democracia Nacional está en un proceso de «híbrido» que llega a su cúpula11, lo que probablemente termine a corto o medio plazo con la desintegración del partido. Por el momento el camino lleva ya un sin número de escisiones y deserciones, incluida la pérdida de su sección local más potente, en Alcalá de Henares, que ha formado un partido político nuevo12.

Soluciones.

Por su posible proyección pública y su orientación pública «legalista», la estrategia a seguir contra ellos ha de ser fundamentalmente social: información, retirada de manifestaciones y una presión colectiva asfixiante (contramanifestaciones, presión sobre sus locales, etc.).

Es cierto que con esta estrategia podemos darles una publicidad que no tienen, pero también es verdad que de esta forma les alejamos de la «normalización» que tanto desean. Pese a su pretendida imagen «antisistema», en el fondo lo que desean es convertirse en una opción política normal y por tanto «votable».

Entendemos que el acoso individualizado es inapropiado salvo hacia los sujetos «híbridos», especialmente agresivos o relevantes (delegados, organizadores, etc.), evitando, en lo posible, caer en dinámicas de acción-reacción personal con estos grupos ya que su peligro esta a otro nivel. Obviamente, la clave es valorar cada caso concreto y ver las prioridades del momento.

En cualquier caso, el único modo de evitar que se asiente este discurso en nuestro territorio es fomentando la creación de lazos de solidaridad entre la clase trabajadora, nativa o extranjera, especialmente con los inmigrantes y generando conciencia acerca de las causas y alcance real de la llamada «inseguridad ciudadana» (como decimos, prácticamente inexistente por aquí), así como de la falsa «radicalidad» de estos partidos que en realidad tratan de unir a explotados y explotadores bajo la misma bandera ante situaciones de crisis.

Falangistas, franquistas, nacional-católicos, carlistas...

Este último grupo es el más heterogéneo. Se trata de aquellos partidos o asociaciones que defienden posiciones ortodoxas de distinto tipo. Su discurso y parafernalia es estrambótico para quien no está familiarizado con él, y no tienen ningún calado social. A la vez sus componentes no suelen manifestar actitudes agresivas a menos que se les ataque inicialmente, ya que su guerra va por otro lado.

Las posibilidades de obtener cuotas de poder o movilización social de formaciones como «Falange Española de las JONS», el «Partido Tradicionalista Carlista» o «Alternativa Española» son inexistentes, por lo que consideramos innecesario prestarles demasiada atención. Serían el equivalente a las distintas corrientes marxistas-leninistas sectarias que perviven en la actualidad (POR, POSI, PCI…), que viven en un «mundo paralelo» ajeno a la realidad social y con discursos del siglo pasado. Las escisiones y las discusiones teóricas son constantes, así como los enfrentamientos entre «caudillos».

Alguno de estos líderes ha tomado conciencia de la situación, y ha tratado de «transformar» a su grupo en un partido «social-patriota»13, pero los resultados han sido poco efectivos puesto que ya existen varias formaciones de ese tipo y se ha generado recelo entre las bases ortodoxas. También hay ocasiones en que estas organizaciones han captado a individuos provenientes del entorno callejero NS y NR, generando un «híbrido» con resultados aún más desastrosos que cuando lo intentaban los social-patriotas (pensemos en falangistas católicos de biblioteca marchando junto a boneheads borrachos y agresivos…)

Soluciones.

El peligro de estos sectores radica precisamente en su fanatismo y en el «mundo paralelo» en el que viven. En el pasado constituyeron la «carne de cañón» para el terrorismo de estado (Guerrilleros de Cristo-Rey, Batallón Vasco - Español, etc.) y algunos de sus cuadros tienen formación militar y fácil acceso a armas de fuego.

A finales de los 90, tras una serie de ataques a sedes y militantes falangistas, se produjo una oleada de acciones con bomba contra centros sociales y locales «anti-autoritarios» que, aunque no está demostrado, seguramente provino de este tipo de individuos. Por su carácter fanático, es poco probable que el acoso físico sea efectivo contra estos elementos, y más bien puede degenerar en un ciclo ascendente de violencia inútil.

Dado que su progresión cuantitativa es impensable, pensamos que no es necesario actuar contra estos sectores a menos que obtengan implantación real en alguna zona, en cuyo caso la estrategia a seguir sería la misma que con los grupos social-patriotas.

Conclusiones.

Con este texto hemos querido continuar analizando el antifascismo desde un punto de vista tanto teórico como práctico. Para nosotros el antifascismo es una lucha más, tan válida o tan inválida, tan necesaria o tan superflua, como cualquier otra dependiendo de cómo se plantee. En este sentido nos parece fundamental acabar recalcando, una vez más, que el antifascismo sólo puede tener sentido desde el anticapitalismo, y no a la inversa. Es decir, «nos declaramos antifascistas porque somos anticapitalistas, y en ese declararnos antifascistas ni vale todo, ni entendemos que sea posible hacer frente común o arrimar el hombro con cualquiera por el simple hecho de declararse como tal.»

Ekintza Zuzena

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